Socialismo en Japón

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«Aunque pierda los recuerdos, el corazón sabe muy bien hacia dónde encaminarse» (El fin del mundo, 384).

En el siglo XIX, Japón estaba lejos de ser la potencia política y económica que conocemos hoy. El sistema Tokugawa, feudal en casi todos los aspectos, estaba basado en una estricta jerarquía de clases establecida por Toyotomi Hideyoshi. En la cumbre estaba la casta guerrera de los samurái, seguida por campesinos, artesanos y comerciantes. La lucha anticolonialista y la asimilación por parte de algunos samuráis con respecto al discurso colonialista occidental, en el que el progreso era la meta a alcanzar, provocó tiempos de inestabilidad en el país.

De esta época hay referencias desperdigadas en varias obras de Haruki Murakami, siendo la principal de ellas kafka en la orilla, en la cual uno de los dos protagonistas, kafka Tamura, lee la colección de las obras de Natsume Soseki mientras esta viviendo en la tranquila biblioteca privada de Takamatsu.

El paso de la época feudal a la modernidad empezó en el mar con barcos de guerra. Frente a las costas de Uraga apareció el 8 de julio de 1853 una visión insólita: dos fragatas de vapor y dos buques de vela con bandera de Estados Unidos preparados para enfrentarse con firmeza a cualquier intento de evasiva japonesa. Exigían la apertura de puertos: el fin de la antigua política de aislamiento. En la carta que portaban del presidente norteamericano asomaba la amenaza al expresar la esperanza de que «el gobierno japonés verá la necesidad de evitar un conflicto armado entre ambas naciones», lo cual se lograría si aceptaban sus propuestas. Para demostrar que iba en serio, el escuadrón se apostó tres días después en la bahía de Edo, enfrente del castillo del mismo sogún. Estaría dispuesto a regresar en a primavera del año siguiente, decía la carta, «con una fuerza mucho mayor» si no obtenía una respuesta inmediata.

La fragmentación entre el sogunato y los daimyou sobre qué contestar fue el punto clave durante una década. El gobierno militar, convencido de su irremediable inferioridad en un conflicto armado, se doblego a las exigencias de Estados Unidos y otras potencias coloniales Europeas, con la firma de tratados desiguales, al igual que su vecina China. Muchos samuráis disintieron la forma en que estos tratados se habían firmado, alegando que estos tratados manifestaban una actitud de servidumbre y subalternidad frente al extranjero. A todo esto hay que añadir el intento del sogunato de coaccionar a la corte imperial para que aceptara la decisión tomada, los líderes del sogunato se sintieron puestos en un aprieto por uno de los mayores males para un samurái: ser complaciente con el fuerte y tiránico con el débil. El lema «Reverencia al emperador, expulsar a los bárbaros | 尊王攘夷» tomo un rumbo violento al convertirse en los ideales de radicales contra el sogunato. Con la caída del gobierno militar y, por último, en la restauración del poder imperial en el emperador Meiji, la violencia se resolvió. Fue en el año 1868 cuando todos estos hechos se produjeron. El nuevo gobierno decidió abandonar «la postura de la rana que contempla el mundo desde el pozo» y se embarcó en un gigantesco programa de modificación del país según pautas extranjeras, pero no chinas como se había hecho hasta entonces, sino occidentales. En uno de los artículos de la nueva constitución se decreta el fin de las prácticas oscurantistas de épocas pasadas y en otro se anuncia que el nuevo gobierno perseguirá el saber por todo el mundo para promover el bienestar del país.

Pero el precio del aprendizaje era perder mucho. Se prescindía de lo tradicional y asiático, y se perseguía lo moderno y occidental. La transformación, por tanto, obligaba a los japoneses no sólo a abandonar viejas maneras de pensar y de hacer las cosas, sino también a sacrificar una parte de su identidad cultural. Individualismo, materialismo, aislamiento y soledad fueron algunas de las adquisiciones que también estaban en la cesta de la compra adquirida por los japoneses en aquellos años. En 1892 Natsume Soseki caracterizaba el dilema de lo occidental contra lo japonés en estos términos:

A menos que desechemos totalmente todo lo viejo y adoptemos lo nuevo, será difícil que alcancemos igualdad con los países de Occidente. Aunque hacerlo así va a debilitar el espíritu vital que hemos heredado de nuestros antepasados y nos podrá dejar inválidos.

La literatura del periodo Meiji (1868 – 1912) será testimonio de lo entrañablemente proféticas que fueron las palabras de Soseki, en cuyas novelas los protagonistas sufren en carne propia muchas de las secuelas y de las convulsiones de ese debilitamiento. Los personajes solitarios de Murakami habían de ser sus herederos.

La literatura de ficción permite conocer la verdad profunda, con sus penas y alegrías, que baña la vida de las personas sin nombre que no salen en los libros de historia, de las personas que, en realidad, hace la historia. La novelista Murasaki Shikibu, a finales del siglo X, también lo sabía y se atreve a exponer tal opinión en La historia de Genji. En una sociedad e la cual la historia gozaba de gran prestigio en menoscabo de la naciente ficción, esa mujer defendía la novela como género más real y de visión más completa que la sacrosanta historia. Y hace decir estas palabras al Príncipe Resplandeciente:

Lo que nos cuentan los libros [de historia] como la Crónica de Japón [Nihon shoki] y otros anales no son más que una parte de la verdad. En cambio, en estos otros relatos de ficción descubrimos los datos exactos de las causas profundas de aquellas crónicas.

Ahora y aquí la ficción es Haruki Murakami. Y lo que nos cuentan las obras de Soseki en kafka en la orilla es, si estamos de acuerdo con la dama Murasaki, más real que la misma historia.

Después de la Segunda Guerra Mundial el escritor nippon Shiga Naoya (1883-1971) publicó un artículo que conmocionó a muchos japoneses. Llegó a afirmar que la lengua japonesa fue la culpable de las contiendas y de la dura posguerra. Su artículo terminaba con estas palabras: «Japón podría aprovechar este momento para adoptar el francés como lengua nacional».

Ocurrencias como estas no eran nuevas en el Japón Moderno. En la década de 1880, en plena efervescencia reformista, Mori Arinori, ministro de educación, propuso la adopción del inglés como vehículo de comunicación oficial en el nuevo gobierno. Estas ideas, que tienen que insertarse en épocas cuando los japoneses han tenido en mínimos la confianza hacia todo lo japonés.

Esta mínima confianza que tenían los japoneses hacia todo lo japonés, se debe de entender como la reacción y la asimilación del mensaje colonialista, llegado a Japón con la aparición de los kurofune en Uraga, y desarrollado durante la restauración Meiji. Durante la restauración Meiji, comentada anteriormente, se pueden distinguir las dualidades existentes entre los subalternos que han aceptado como suyo el discurso colonialista y los que ven este discurso como una opresión, oponiéndose a este de una manera activa como en la Rebelión de Satsuma (西南戦争, Seinan Senso, lit. “Guerras del Suroeste”). Esta rebelión y las dualidades ya comentadas son representadas, espléndidamente, en el film, El último samurai.

En el film, El último samuria, se pueden apreciar las dos dualidades más extremas de percepción del mensaje colonialista en la figura del primer ministro Oumura, como subalterno que ha aceptado completamente el mensaje colonialista, y en la del general Katsumoto, el cual ve el mensaje como una muestra de opresión. Oumura y el emperador se han propuesto convertir Japón en un país civilizado y para ello las antiguas costumbres tienen que terminar. Katsumoto, por el contrario, no comparte la visión moderna de Oumura y lucha contra la opresión que supone esta visión moderna que quiere acabar con su estilo de vida. Katsumoto es un héroe para los que respetan las tradiciones. Mientras que para Oumura y cualquier otro japones que hubiera aceptado vería a Katsumoto como un bárbaro, según las palabras de Oumura «Japón se ha propuesto convertirse en un país civilizado», con esta frase Oumura indica que es estilo de vida del Japón antiguo es de barbaros.

El personaje más interesante para analizar es el coronel estadounidense y su transformación a lo largo de la película en la cual se puede apreciar como su punto de vista del mensaje colonialista va cambiando. En un principio denomina a los japoneses como salvajes y más adelante los llama “pueblo fascinante”.

Oumura y Katsumoto tienen dos concepciones modernas y colonizadoras, ambos afirman servir al emperador y servir al estado, Oumura con su occidentalización y Katsumoto con su rebelión, dos caras de la misma moneda los cuales persiguen y justifican sus acciones en un fin. Este fin explica el motivo que llevo a Katsumoto a rebelarse contra la occidentalización que estaba sufriendo Japón.

La Rebelión Satsuma tuvo lugar del 29 de enero al 24 de septiembre de 1877. La rebelión, no quería ser realmente una guerra contra el gobierno, sino hacer reflexionar a este sobre la política que estaba llevando a cabo – no solo en relación al sistema de castas, sino también, por ejemplo, en relación a la guerra con Corea –. La rebelión finalizó con la total extinción de las fuerzas rebeldes, que murieron hasta el último hombre en una carga suicida final, katana en mano. Saigo Takamori murió como un guerrero, rodeado por miles de soldados del gobierno. Saigo Takamori sería recordado como “El último samurái”.

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